Tiene tres hijas, quedó viudo y tiene que pedir dinero para sobrevivir. “Me da vergüenza contar lo que hago”, sentencia.

La historia de Héctor Rojas es una de lucha y perseverancia. Desde que su esposa falleció en 2021 debido a complicaciones de la diabetes, se ha enfrentado solo a la difícil tarea de cuidar de sus tres hijas: Rocío, de 12 años, y las gemelas Sheila y Jaqueline, de 10. En un pequeño cuarto de una pensión, donde solo hay espacio para dos literas, Héctor y sus hijas han encontrado refugio. Sin embargo, su situación económica es precaria y dependen de las donaciones que reciben de la gente que pasa frente al banco donde pasan la mayor parte de sus días.

“Me da vergüenza contar lo que hago”

Héctor ha trabajado arduamente a lo largo de su vida, pero desde que quedó a cargo de sus hijas, todo ha cambiado. Aunque le da vergüenza admitirlo, cuenta que los primeros días del mes son cuando más ayuda reciben, pero a medida que avanza el mes, la situación se vuelve más difícil. Los gastos mensuales, que incluyen el alquiler de la pensión y el costo de la garrafa de gas, suman un total de 15.000 pesos, una cantidad que a veces es difícil de reunir. Héctor vive con el temor constante de que un día no puedan cubrir esos gastos y terminen nuevamente en la calle. Su día a día se basa en sobrevivir con lo que la gente puede ofrecerles.

Desafío día a día

La búsqueda de un trabajo estable es un desafío para Héctor, pero también lo es encontrar un lugar seguro para sus hijas mientras él trabaja. Aunque muchas personas le han ofrecido empleo, Héctor enfrenta un dilema: ¿con quién dejará a sus hijas durante las ocho o diez horas que estaría fuera de casa? Las niñas solo asisten a la escuela durante cuatro horas, y no tienen a nadie más que pueda cuidar de ellas. Héctor está dispuesto a trabajar en cualquier empleo que le permita mantener a su familia, pero su principal preocupación es asegurarse de que sus hijas estén bien atendidas. Sin esa tranquilidad, no puede concentrarse en su trabajo.

Durante los días de semana, Héctor pasa las tardes en la puerta del banco con sus hijas, quienes llevan consigo sus útiles escolares para hacer sus tareas. Antes de eso, las lleva en colectivo a la escuela, donde almuerzan antes de comenzar las clases. Luego, las retira a las 16:30 horas, cuando terminan las clases. Es un esfuerzo diario que Héctor realiza para asegurarse de que sus hijas no se queden rezagadas en sus estudios.

Héctor también estudia lenguaje de señas

Además de todas estas dificultades, Héctor se enfrenta al desafío de criar a su hija mayor, Rocío, de 12 años, quien padece hipoacusia. Rocío está en cuarto grado y no cuenta con los recursos necesarios, como un implante coclear o audífonos, ni tampoco tiene una maestra integradora que la ayude en su educación. Héctor y Rocío se comunican a través de un lenguaje de señas casero, una forma de comunicación basada en gestos. Para mejorar su comunicación, están estudiando lenguaje de señas todos los viernes. Rocío solo puede expresar palabras simples como “mamá”, “papá” y “agua”.

El colegio ha sugerido que Rocío sea transferida a una escuela especializada, pero Héctor ruega que esperen otro año más. Su mayor preocupación es cómo manejar el hecho de tener a sus hijas en dos escuelas diferentes. La separación entre las gemelas y Rocío sería un desafío adicional para Héctor, quien desea mantener a sus hijas juntas.

Héctor se quedó solo muy joven

La historia de Héctor y su familia es un testimonio de la lucha diaria que enfrentan muchas personas en situaciones similares. Con la pandemia, la vida de Héctor dio un giro inesperado cuando su esposa y él se separaron, cada uno haciéndose cargo de un grupo de hijas. Trágicamente, la diabetes cobró la vida de Sonia, dejando a Héctor con Rocío, mientras que las gemelas quedaron bajo el cuidado de su difunta madre. Sonia, lamentablemente, volvió a caer en la situación de calle junto con las gemelas.

A pesar de todos los desafíos, Héctor se niega a rendirse. Su deseo es encontrar un empleo que les permita a él y a sus hijas tener una vida digna. Sueña con tener un hogar propio y poder brindarles a sus hijas la estabilidad que tanto necesitan. Héctor anhela una familia “normal” y está dispuesto a trabajar arduamente para lograrlo. Sin embargo, sabe que no puede hacerlo solo y espera que alguien les brinde la ayuda necesaria para construir un futuro mejor juntos. Su mensaje es claro: “La calle no es futuro”.

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